¿La educación puede romper el círculo de la pobreza en México?
TECATE.- Imagina que la vida es un edificio de departamentos: algunos viven en el penthouse con ascensor privado, otros habitan pisos intermedios con elevador comunitario, y muchos más sobreviven en los sótanos, donde las escaleras están rotas y la única salida visible es una puerta oxidada que dice “trabajo informal”. En realidad, esto no es una metáfora; es una descripción precisa de la movilidad social en México.
Según el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), la posibilidad de que alguien nacido en pobreza alcance un nivel socioeconómico alto en su vida adulta es comparable a lanzar una moneda al aire: 50% de suerte, 50% de circunstancias externas ajenas a su esfuerzo personal. Esto significa que, aunque muchos crean en el ideal del esfuerzo individual, la realidad es que el contexto socioeconómico sigue determinando gran parte del destino de las personas.
¿Por qué ocurre esto? Porque la educación, aunque en teoría es la gran igualadora, se convierte con frecuencia en un mecanismo que reproduce desigualdades cuando el sistema educativo no ofrece equidad en oportunidades. En México, más del 90% de los niños entre 6 y 14 años asisten a la escuela primaria, pero esta cifra cae drásticamente en zonas rurales después de los 14 años, alcanzando sólo el 63%. Además, el nuestro es uno de los países que menos invierte en educación básica, gastando menos de 6,000 dólares por estudiante al año, con una caída anual del 16.3% en inversión educativa durante la última década.
Esto se refleja directamente en el futuro económico de las personas. De acuerdo con el INEGI, quienes únicamente concluyen la primaria tienen un ingreso promedio mensual de $5,400 MXN, menos de la mitad que un profesionista con licenciatura y casi cuatro veces menos que quienes tienen estudios de posgrado. Considerando que el 17% de los mexicanos mayores de 15 años no completa la educación básica, y que sólo el 22.7% de jóvenes entre 18 y 22 años llega a la universidad (ENOE, 2021), queda claro que el potencial igualador de la educación está severamente limitado.
Sin embargo, existe un punto de inflexión en el nivel educativo superior. Quienes logran acceder a él, especialmente a posgrados como maestrías o doctorados, experimentan el mayor potencial de movilidad ascendente, con ingresos significativamente más altos y mejores oportunidades laborales. Pero el acceso a estos niveles es sumamente desigual: solo el 10% de los jóvenes más pobres logra estudiar una licenciatura, frente al 50% de los más ricos.
Aquí se presenta la paradoja más clara de la educación en México: aunque tiene el potencial para romper el círculo de la pobreza, necesita complementarse con políticas públicas efectivas, inversión adecuada y mecanismos de apoyo social. Como dice Juanita, una joven de Guanajuato que abandonó la preparatoria por cuidar a su abuela: “Tomé un curso de estilista, pero sin dinero ni apoyo, mi sueño de tener un salón parece imposible”. Ella forma parte del 11.7% que deja la escuela por falta de recursos económicos.
La buena noticia es que instituciones conscientes de estos obstáculos ofrecen alternativas educativas accesibles en términos de tiempo y dinero. Por ejemplo, IEXE Universidad, una institución de iniciativa privada, proporciona licenciaturas, maestrías y doctorados totalmente en línea, accesibles y prácticos, diseñados especialmente para quienes trabajan o tienen responsabilidades familiares. Programas como la maestría en políticas públicas demuestran que la educación superior no tiene que ser un lujo inalcanzable.
La movilidad social en México no es un sueño, pero tampoco es un regalo. Es una combinación crítica de esfuerzo individual, oportunidades bien aprovechadas y un sistema educativo y social que, aunque todavía imperfecto, abre caminos concretos hacia el progreso. ¿Y si la próxima Juanita, en lugar de limitarse por necesidad, estudia administración en línea y logra abrir su propio negocio?